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6 de enero de 2014

Fragmento: Te tengo que llevar.

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No lo puedo creer. Seguro que estoy soñando, regocijándome entre las sábanas de mi cama. Quizá Roberto y Valentina, para no sentirse mal, me han echado algo en la copa, dejándome drogado perdido y en vez de estar aquí con ella, estoy en la pista de baile, haciendo el ridículo y alucinando. O quizá esta chica se esté riendo de un pobre tonto como yo. Era demasiado atrevida y no lo había visto en ninguna chica. Puede que si besas a una chica al poco tiempo de conocerla pierdas, proporcionalmente, el interés en ella. Pero este no es el caso, me atrae,  me tiene pillado y me interesa cada vez más.

 Guau. —Digo para romper el silencio tormentoso. Quiero seguir la conversación de antes.
 ¿Qué? —Se reía—Tan solo nos hemos besado. —Bebía de su Martini.
 Ha sido…increíble…
 Sí, pero… ¿Sabes por qué? Porque no lo he pensado, porque no te lo esperabas. Así. Sin tener un pensamiento de lo que se debe o no hacer, los besos saben mejor. Quiero decir, ¿No quiere todo el mundo que le roben un beso, que esos saben mejor? —Me mira de nuevo con esos ojos azul cielo, tan grandes y maravillosos.
 Más que un robo, ha sido un alunizaje.

Cuando ella se me había acercado, había experimentado una gran sensación, el sabor dulce de la cereza con el olor, aún más suave, de su perfume. ¿Qué tiene el perfume de mujer que nos deja atolondrados? ¿Por qué huele tan bien?
Ahora si es verdad que no sé qué hacer. Necesito su número de teléfono, necesito saber su nombre. Conocer más sobre ella. Hacer que no me pueda olvidar porque yo, con su hechizo, estoy maldito para no olvidarla así pase una eternidad. No voy a olvidar fácilmente sus labios rojos que han dejado un poco de carmín en mi paladar  y que sabe tan bien.

 ¿En qué piensas? ¿Te he asustado? —Pregunta de repente.
 No, por supuesto que no—me pongo nervioso. No quiero que piense justo lo contrario a lo que me pasa. —Tan solo divagaba, intento ponerle a tu cara un buen nombre.
Ella se ríe y con su Martini en la mano echa la cabeza hacia atrás. Sigue sentada en ese taburete de una manera en la que yo sería incapaz.
 Bueno vale. Está bien, está bien. Haré una presentación de verdad—Me mira a los ojos e intenta ponerse seria— Me llamo Jeannette. Jeannette De Martino. —Me tiende una mano y se la estrecho, sonriéndole.
 Encantado, señorita Jeannette—respondo gentilmente—Yo me llamo E…
 Shh. —Dice ella colocándome uno de sus dedos en los labios. ¿No quiere que le diga cómo me llamo? — Nací en Italia, en la ciudad de Florencia en 1926, por lo que ahora tengo 19 años y sigo siendo toda una niña.
¿1926? ¿Pero qué dice? ¿Se ha vuelto loca? ¿O solo está jugando? Así que tiene 19 años, ¿eh? Si nació en ese año…ahora estamos en ¡1945! ¡Claro! ¡Qué tonto soy! Estamos en una fiesta de época y está jugando a crearse una identidad completamente distinta a la suya de verdad, una personalidad que vaya acorde, como el Martini y el Manhattan, al lugar donde estamos.
 Encantado, señorita Jeannette—Rectifico— Yo soy Jack. Jack Bouvois. Nací aquí, en los Estados Unidos, concretamente en Chicago en el año de 1924. Ahora tengo 21 años. —Le hago una reverencia y le guiño un ojo.
 ¿Tienes ascendencia francesa? —Me hace una pregunta de forma pícara con el Martini en la mano, al lado de sus labios.
Vuelvo en sí, absorto en nuestra conversación de identidades inventadas. ¿Qué le digo ahora? Le había dicho ese nombre porque ha sido el primero que se me ha venido a la cabeza (creo que por el protagonista de Titanic). El apellido era el apellido que debía llevar aquel pub, a que era el apellido de soltera de Jacqueline Kennedy. La cosa se está poniendo interesante. Está haciendo que viva los años 40 y es una sensación que no se puede describir.
 Eh…sí. Mi padre nació en París. Estudió filología inglesa en la Sorbona.
 Vaya—puso cara de asombro ante la historia que acababa de inventar— ¿Y por qué decidió tu padre venir aquí, a los Estados Unidos?
 Ya sabes, la Primera Guerra Mundial en Francia fue muy dura, y los jóvenes como mi padre, tras esa experiencia, donde no sabías cuándo podías morir, llevaron a cabo una profunda reflexión, llegando a la conclusión que había que vivir la vida. Europa estaba destrozada por la guerra y el sueño americano estaba más vivo que nunca, por lo que mi padre hizo las maletas y probó suerte entre los felices y locos años 20. —Las palabras habían salido de mi boca sin ser forzadas, de forma pausada y tranquila, como si esa fuera de verdad, la historia de mi padre.
 ¡Qué espíritu aventurero! Tu padre solo por Norteamérica. Aquí conoció a tu madre, ¿No es así?
  Sí. Aunque no lo tuvo fácil. Cuando mi padre llegó a Estados Unidos no encontró nada de esos felices años y como única salida a su pobre vida se tuvo que dedicar al contrabando de alcohol durante la Ley Seca. Tras un par de años, donde se enriqueció bastante, lo dejó por una plaza de profesor. Y allí se encontró con Aimee, mi madre.
 Bonita historia la de tus padres, sí.
 Muy romántica—Río. — ¿Y tú como llegaste hasta esta ciudad?
 ¿Nueva York? —Yo digo ciudad, ella Nueva York. Es sencillo. Es un juego muy sencillo, yo pongo unas reglas y ella sobre esas, pone otras. Es increíble. — Soy la cuarta hija de un matrimonio italiano rancio y anticuado. Mi padre perteneció a las Camisas Pardas, era un profundo admirador del Duce, Mussolini.  Mis hermanas, todas mayores que yo, me pegaban de pequeña y yo pasaba la mayor parte de mi infancia callejeando por la bella Florencia, admirando los viejos edificios que me contaban viejas historias, jugando a saltar de piedra en piedra en las calles empedradas y estrechas. Pero en 1932, mi padre fue perseguido, según dijeron, por sus tendencias comunistas, aunque él odiaba a los comunistas a muerte. Tuvimos que huir. Mi padre murió en el barco de camino a América, antes de llegar a Ellis Island, creo que fue de gripe española, sí. Y desde entonces, mis hermanas, mi madre y yo nos hemos buscado la vida como podemos, siendo americanos. No sé si volveré a Florencia…Europa tras esta dura guerra está devastada.
  Oh, qué trágico. —La música iba desapareciendo a medida que me contaba su historia, la gente a nuestro alrededor también. Parecía que solo existíamos ella y yo, allí, transportados en el tiempo hasta 1945, contándonos unas vidas que no son las nuestras. Lo peor es que creo a ciegas en su historia, sabiendo que es mentira. Incluso me había creído mis propias palabras.

Es algo tan mágico que solo puedo pedir que este momento nunca acabe. Tan solo quiero seguir hablando con ella, de esas nuestras otras vidas sí, pero compartirlo con Jeannette, la italiana-estadounidense, en algún pub de la Nueva York de 1945. Chica por la cual ha perdido el corazón este americano con padre francés, que siente como buen soldado que es, la bandera de las barras y las estrellas.

Gregorio S. Díaz "Fragmento Un amor del siglo XX"

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