Uno se acaba acostumbrando. No sé. A sentir las manos frías
en invierno y tener que meterlas debajo de la manta, aunque ni así se
calienten, porque no habrá más calor que ese. Uno se acaba acostumbrando a ver
el viento soplar con fuerza contra un árbol tras una ventana. A escuchar música
sin poner fin al ‘play’. A escribir por escribir o hablar por hablar, sin tener
una razón fija por la que hacerlo. Uno se acaba acostumbrando a las causas perdidas.
A perder la fe y la esperanza. A que nos opriman y nos dejemos ser oprimidos.
Uno se acostumbra a la tristeza de un
café frío. Terminamos por acostumbrarnos a cosas que son de por sí detalles
pequeños, pero que quisiéramos compartir. Luego, cuando nos acostumbramos a
compartirlos, queremos ser dueños de ellos sin que haya nadie más que alcance a
divisarlos. Es simple esta contradicción, la de acostumbrarse.
Gregorio S. Díaz "Uno se acaba acostumbrando"