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22 de septiembre de 2017

Ayer la vi.

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Ayer la vi, ¿sabes? No, tranquila, ven. No pienses nada de eso. No sé cuánto tiempo habrá pasado ya, pero para serte sincero, parece que hayan sido milenios los que, como a las pirámides de Egipto, nos han barrido. Desde que no la veo. Desde que no me ve. Desde que no nos vemos. No soy capaz de decirte si llevaba ese vestido negro que le gusta tanto o esos zapatos de infarto. No sé si llevaba el pelo recogido o si se lo habrá cortado, o si lo lleva largo. Solo le vi los ojos y las manos. Los ojos los tenía perdidos. Con brillo y luz, sí, pero perdidos, sobre todo cuando se reflejaron en los míos. Las manos las tenía agarradas a otros dedos. Enlazadas a otro cuerpo. Después de milenios, de no saber nada de ella y eso…pensé que iba a caerme redondo al suelo. Pero ya no pasó nada. Ni rabia ni celos. Nada de eso. Sé que esas manos recorren cada noche su cuerpo, desde hace tiempo. Y no me tortura pensarlo, y mucho menos verlo. Es que no se me encogió la barriga, ni se me disparó el corazón del pecho. No se me dilataron las pupilas ni se me entrecortó la respiración. Tampoco la bilis salió a mi encuentro. No me mareé ni creí hacerlo. No tuve que escribir, después, borracho y melancólico, como antaño he hecho. Solo pude sonreír y recordar dos sonrisas que se cruzan en parada de autobuses y su silencio. Ojalá la vida la trate como yo solía querer hacerlo. Te aseguro, ya no estoy en tenebrosos pantanos ni lleno de lodo y desechos. Ya no vuelvo la cabeza por el camino hacia viejos lechos, ni les pido perdón, como me obsesioné con hacerlo, por mis malos comportamientos. Lo que fue, quién puede cambiarlo.  Lo que viene adelante, está para moldearlo.

Gregorio S. Díaz "Ayer la vi" 

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