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5 de octubre de 2017

Las Españas.

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La sangre. Roja, líquida y pura. La sangre es la que ha mantenido unido a este país, que no se ha cansado de ser patrimonio de una sola familia. Del que solo se apoderaron sus súbditos cuando tuvieron que cerrar a Napoleón las puertas de Cádiz. No lo construyeron sus reyes, ni su nobleza, ni sus leyes. Tampoco los empoderados burgueses. Lo hicieron las humildes gentes que han labrado esta tierra para sus amos y para la iglesia, con el sudor de su frente, durante generaciones. Las uniones matrimoniales de alta alcurnia, las guerras y las conquistas de selvas exóticas no podían uniformar lo que no es uniforme. No podían limar las naturales fronteras de las diferencias. Eso vino más tarde, cimentándose lentamente, desde arriba hacia abajo, con el poder del absoluto. En el tiempo de las prohibiciones, las grandes redadas y el despojo a esas mismas gentes de sus identidades. Luego afloraron nuevos sentimientos: el de un Imperio venido a menos, el de la superstición que vencía a la ciencia y el de un atraso provocado por el orgullo del recuerdo del oro malvendido a Europa. Cuba indicó el camino de lo que España sería y ha sido.  Puso el foco en que lo que quedaba de la gloriosa España y que ningún territorio más debía ser perdido. Como si fuéramos uno. Lo que no quiere decir que no seamos iguales a la vez que diferentes. Volvió la sangre a juntar los pedazos que escribían su propio destino. Que buscaban renovar la anclada España con nuevas ideas. Pero venció el pasado. La tiranía. El viejo caciquismo de imponer una absoluta verdad. Entonces, una de todas las Españas se adueñó de ella. De lo que era, de su bandera y de quererla. De toda entera. ¡Como si las otras no la quisieran! Ni la mal llamada reconciliación pudo devolver España a cada uno de sus poseedores. Por eso hoy siguen llorando Lorca y Miguel Hernández. Porque sigue el jaleo y estamos pensando de nuevo en el tiroteo. Porque seguimos siendo esclavos, a pesar de todos nuestros olivares. Porque seguimos con la ira, a pesar de la libertad. Porque las tristes Españas que no se resignan a morir, quieren lavarle la cara a esta España rancia que las domina. De nuevo,  a partir del consenso, construirla. Que, de una vez por todas, todas las Españas la formen y la guíen. Que siendo diferentes queramos seguir siendo iguales. Porque hay que entender que España es una, formada por muchas de ellas. Que, si nos empeñamos en que solo sea una, se va a quedar sola…

Gregorio S. Díaz "Las Españas"

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